“No creo en más infierno que tu ausencia”
Esta frase tan rotunda es de un poema de Antonio Gala.
Habla de la muerte. La muerte ha sido siempre motivo de discusión para filósofos, de inspiración para poetas, artistas. Y causa de desvelo a medida que vas cumpliendo años y la vas viendo como algo más real. Morir es tan fácil que sólo hay que estar vivo. Por eso los vivos intentamos no pensar demasiado para no amargarnos la existencia, normal, no queremos pensar que nos pueda pasar, precisamente porque sabemos que nos puede pasar.
Todos, sin excepción, sufrimos algún momento de nuestras vidas una pérdida, alguien a quien queremos se nos va. Esa pérdida que es un mordisco en el alma.
Yo sólo pido jamás sobrevivir a un hijo mío, creo no hay dolor más desgarrador que ese.
Un padre o una madre no debería enterrar un hijo, pero pasa.
El martes acompañamos a unos amigos en la despedida a su hija, Domenica, una joven de 18 años.
A mí los duelos siempre me han provocado mucha compasión e impresión, especialmente cuando se trata del dolor indescriptible de perder un hijo. Hace muchos años tuve una amiga en Chile que vivió lo mismo, con la diferencia que su hijo tenía pocos meses. Ese niño iba a ser mi ahijado, su madre eligió sus dos nombres por mí. Ante el infierno de mi amiga sólo me cabía el silencio y el acompañamiento y eso que tenía sólo 18 años.
El día miércoles fue el funeral de Minnie y el día siguiente, el jueves, se celebró Thanksgiving (Día de acción de gracias).
Fecha muy importante en USA, es un día festivo donde todas las familias se reúnen para dar sus agradecimientos.
Mis hijas agradecieron en la mesa antes de cenar y recordamos a Minnie. Esa hermosa niña que parecía dormida en su ataúd.
Luego vimos los cuatro una película juntos. Hace ya bastante tiempo tenemos instaurada la costumbre de ver películas en familia. Mis hijos (con mi hijo Ignacio comenzamos la costumbre) saben que no es tanto la película como el hecho de hacer algo juntos.
Y que nos demos la mano o les abracemos mientras estamos juntos en el sofá. Agradezco llenar de esos momentos el historial de recuerdos de mis hijos. Que tengan su “cajita de herramientas/recuerdos” a mano para cuando la necesiten.
Mi gratitud ayer la dediqué a todos esos momentos que mis hijos se lleven consigo toda la vida. Porque sean muchos más. Porque cuando en el futuro quieran recordar momentos de complicidad en familia no les cueste trabajo encontrarlos, sino elegir entre muchos.
La muerte a veces da lecciones de vida, de esas que te hacen replantear la vida entera.
Los «mañana hablamos» se truncan y no son posibles. Que se nos quedan pendientes conversaciones porque vivimos creyendo que somos eternos o longevos, pero no siempre es así.
Por mucho que sepas que algún día se irá llevando a los tuyos y finalmente a ti, no terminas jamás de mirarla cara a cara sin cierto temor.
Ser consciente de que te puedes morir es un filtro implacable para diferenciar lo esencial de lo banal, lo prioritario de lo que no lo es. Con esa dosis brutal de realidad que sólo dan los lutos, porque en ellos eres tú y tu dolor, y en el dolor no hay máscaras que sirvan.
Saber a quiénes irían dirigidas tus últimas palabras es un buen ejercicio para saber quiénes son las personas de tu vida.
Lamentable que a veces tengamos que pensar en la muerte para decirlas. Ojalá la vida motivara tanto como la muerte para vencer orgullo, miedo, vergüenza y quedarnos con lo esencial, lo que realmente importa.