Después de hacerse público el vídeo donde el Dalai Lama obliga a un menor a que lo bese en la boca y que después le chupe la lengua, el “líder religioso” se ha disculpado diciendo que estaba “jugando con el niño y que era un chiste”.
La verdad, viendo el vídeo, más que una chiste, pareciera como si los casi 90 años que le alumbran le hubiesen impedido distinguir si estaba en público o en privado al abusar del niño.
No existe justificación para abusar de un menor, tampoco es gracioso bajo ninguna cultura ni religión.
Basta de creer que cualquier “autoridad” representada en sotanas, túnicas o cualquier otro símbolo asegura santidad. La mayoría de los agresores se valen de su autoridad y/o confianza en el entorno familiar para perpetrar sus abusos.
Los monasterios de cualquier religión es muy probable que sean antros de abuso sexual.
Niños entregados a adultos desconocidos, sin ningún tipo de protección, en total indefensión.
Así como las familias han sido a lo largo de los siglos el principal lugar de abuso sexual, más aún esos sitios donde el supuesto celibato ha escondido durante siglos el abuso como conducta sexual predominante.
El menor se ve incómodo todo el tiempo. La situación es asquerosa. Abuso sexual a gritos. Frente a la presencia de una multitud cómplice que aplaude y sonríe.
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