jueves, 13 de octubre de 2022

No me identifico con los halagos ni me hago cargo de las maldades.



Sé de primera mano que en las redes sociales, un día puedes ser una crack y al siguiente una mierda.
Que es muy sencillo pasar de la "admiración" al "odio" en diez minutos mediante una foto o un texto que no cuadre con el sentir general del momento.
Ya lo dije en la última foto que compartí, a veces cuento de mí o personalizo, porque he visto a lo largo de mi vida profesional y personal, que podía estar cerca de muchas personas en sus procesos porque eran tránsitos que conocía muy bien. Y no los conocía tan solo por los libros ni carrera universitaria; los conocía de piel, de mocos, de miedo, de no saber, de andar perdida, de vínculos de traición y de noches pegada al teléfono.
A mis contactos los conozco por sus duelos, dolores y soledades, pero también por sus alegrías. Me he compartido con muchos para facilitar, si se daba el caso, el camino de quien lo quisiera.
En innumerables ocasiones hemos conversado con las mujeres acerca de la independencia, no sólo económica, que es imprescindible para largarse de un sitio cuando es necesario. Sino que de la independencia que da la seguridad de conocerse a sí misma, el asumirse tal cual se es sin necesidad de juzgar o de criticar a las otras mujeres.
Las mujeres no necesitamos vigilantes para nuestras morales o que nuestros cuerpos sean controlados. (¿Supongo que saben que en Irán siguen matando mujeres por no taparse bien con sus velos?)

Yo he llegado a un momento en que no me creo tanto nada, no me identifico con los halagos ni me hago cargo de las maldades.

Y a otra cosa. Que el viaje es corto.








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