Hay padres que no quieren entender que sus hijos no son responsables de su crecimiento personal ni de su felicidad. La única misión que tienen los hijos es consigo mismos. Los procesos relacionados con la paternidad son de los padres. Ser la luz de los ojos de la madre es una mochila pesada. ¿O qué pasará cuando ya no sea el hijo complaciente ni amoroso?, ¿se enoje o se equivoque?, ¿se apagará la luz de sus ojos? ¡¡¡No!!!
La luz de nuestros ojos es nuestra propia luz y nuestros hijos brillan con luz propia. No ubiquemos sobre ellos el peso de nuestra felicidad o nuestra tristeza. Derramemos nuestro amor gratis y humanamente. Porque aunque ellos se enojen y no se comporten "angelicalmente" seguiremos amándolos. Aunque nosotros nos enojemos, seguiremos amándolos. Hagámonos cargo de nuestros procesos sin darle a nuestros hijos la responsabilidad de ser para nosotros aquello que nos sostiene.
Los hijos no deben "cuidar a sus hermanos","dar el ejemplo", "ser el hombre de la casa","la razón de vivir", "el motor de mi vida", "el motivo para levantarme". "lo que me da fuerza". No responsabilicemos a los hijos de nuestra vida, de los fracasos o aspiraciones.
Déjenlos ser niños. No hay que transformarlos en "viejos chicos". No hay que hacerlos sufrir desviviéndose para no fallarle a sus padres. No hay que enjaularlos en el podio del perfeccionismo. Ojalá ellos puedan defraudar y equivocarse algún día. Ojalá puedan dejar de vivir en función de las expectativas que los padres, desde el "amor", han puesto sobre ellos.
Todos somos seres humanos, cada uno con sus virtudes y sus desafíos, cada uno con sus particularidades, y si aceptamos que todos somos diferentes, ¿por qué dibujar una “línea celestial imaginaria” que divide a las personas?
Paremos las idealizaciones de la maternidad y de paso le sacamos a los niños el peso de enseñarnos algo o iluminar nuestro camino. Ellos no vienen a completarnos, vienen a ser ellos mismos.
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