Mariana, secretaria, 36 años. Me comenta que su marido la dejó. "Evelyne, puede sonar soberbio, pero es mi primer fracaso en la vida", me dice.
Mariana es "perfecta", de hecho, se jacta de ello: buena lectora, perfeccionista, correcta, puntual, ordenada, súper limpia, organizada, jamás demora un pago ... ¿Dije ordenada? Bueno, es que lo era, y mucho. Hasta que un día se quedó dormida y no llegó a trabajar a su hora. Se siente muy culpable. Me dice que esa vez sintió que falló. ¿Sabes que creo?, le digo. Que a lo mejor de manera inconsciente, es primera vez que te das permiso para "fallar". Que por fin eres un "ser humano", susceptible de olvidos e imperfecta, y no eres una especie de robot infalible. Con cara de sorpresa, me comenta: "Mi marido, cuando me dejó, me dijo que no podía vivir con un robot. Que yo me esmeraba tanto por ser perfecta, que a él ya no le pasaba nada conmigo".
Conclusión: lo más querible de los seres humanos, suele ser, precisamente, ser humanos imperfectos.
Son muchísimas las Marianas y Marianos que viven prisioneros de sus obsesiones, sus respuestas (compulsiones) los tranquilizan, pero lamentablemente por muy poco tiempo. Las personas que sufren de TOC, el llamado "trastorno obsesivo compulsivo" (o neurosis obsesiva, en jerga clásica), suelen haber sido niños sobreexigidos por sus padres. Niños que aprendieron tempranamente que el amor no es incondicional, que no se recibe simplemente por ser hijos, sino que accedían a la aprobación parental por el hacer y el tener, no por el ser: por hacer bien las cosas, por tener buenas notas, por tener buen comportamiento, por no tener conductas agresivas, por tener todo ordenado, etc. Así, fueron desarrollando un alto nivel de autoexigencia: con el tiempo, ya no eran sólo los padres como figuras externas los jueces de su conducta moral, sino que ahora también ellos mismos. Con muy poco permiso para fallar, y especialmente, para mostrar sus lados supuestamente “malos”: la rabia, el desorden, el chasconeo, la soltura. Crecieron siendo rígidos y estereotipados. Aprendieron que el control era necesario para lograr el reconocimiento del otro. Control en todos los niveles: emocional (lo mejor es que nadie sepa lo que siento), intelectual y conductual. Además, experimentaron que el sistema escolar y social reforzaba sus “buenas conductas”. Hasta que sus pensamientos obsesivos, o sus rituales compulsivos, o su rigidez de carácter, o su altísima exigencia en los vínculos, empezaron a pasarle la cuenta. El cuerpo acusa lo que la mente no resuelve.Se incrementan las jaquecas, la ansiedad, los continuos resfríos, las crisis de pánico, las menstruaciones irregulares, los dolores musculares sin causa aparente, etc. Entonces, en el mejor de los casos, llegan a psicoterapia. Al principio, con su libreta de notas en mano, para anotarlo todo. Como los buenos alumnos que siempre se han esmerado ser.
Ojalá estos "niños sobreexigidos" que hoy son padres, y que de manera inconsciente repiten este mismo modelo (por ser el único que conocen) de crianza, entiendan que es mejor dejar de ser los robots perfectos de siempre. Que ahora son grandes, ya no son esos niños que deben demostrarle a sus padres lo buenos que son. Que sientan más, que se rían más, que no todo es de "vida o muerte". Que se puede vivir feliz renunciando al perfeccionismo y a la extrema exigencia. Que el mundo no se acaba por no cumplir con todo.
Soltándose, liberándose de las amarras del perfeccionismo podrán descubrir que los espera un hermoso e invaluable tesoro: la libertad.
(La historia de la primera parte es real. Los datos fueron modificados por confidencialidad.)
(La historia de la primera parte es real. Los datos fueron modificados por confidencialidad.)
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