jueves, 22 de diciembre de 2016

Respetemos los ritmos de nuestros hijos.




Me quedé pensando en el tema de la educación, las tareas, las notas, las exigencias escolares y es un tema complejo cuando no se ha visto más realidad que una. Entiendo que los padres se preocupen, pero también sé que se puede volver una pesadilla familiar (y no olvidemos que son un montón de años). Y digo pesadilla cuando los padres lo vuelven el tema central en la relación con los hijos.
Sentir orgullo por los hijos es bien distinto a competir por los hijos. Colgarse medallas por ellos es vergonzoso.

Como me han preguntado muchas veces sobre el tema, y especialmente quieren saber sobre mi experiencia personal como madre de un estudiante ya grande, que ya pasó por todos los niveles. Comentaré que yo nunca he estado de acuerdo con que los niños entren al colegio antes del los 3 años, ya lo he escrito en varias ocasiones. Antes de esa edad no necesitan socializar, aprender materias, nada. Aprenden sin necesidad de ir a una institución, incluso jugando.

Mis dos hijos mayores entraron al colegio con 5 años, en cambio Abril, mi tercera hija que es un tsunami, maremoto, terremoto, todo junto, pidió ella ir a los 3 años y medio. Veía a su hermana y quiso lo mismo, nada de raro.
Yo siempre he respetado los ritmos de mis hijos y si ella estaba lista para ir no tenía por qué negarme (aunque sólo eran 2 horas por la mañana, más no la hubiese dejado).
Creo que impedir a los niños, por ejemplo, el acceso a la lectura y a la escritura cuando ellos lo piden "porque es muy pronto" es como dejarles de hablar para que no aprendan a conversar antes de tiempo. Es no respetar su ritmo, exactamente igual que forzarles a hacerlo antes de que les interese.
En mi casa los libros, cuadernos y lápices siempre han estado a su alcance sin necesidad que "motivarlos" se vuelva "obligación" nuestra.
Me encanta que mis hijas, igual como lo hizo mi hijo, vayan paso a paso, pregunta a pregunta, amo cada segundo de sus 4 y 7 años, sin apuro. Para mí, van bien.

Sobre la experiencia con mi hijo mayor, que hoy tiene 22 años, recuerdo haber recibido un sinnúmero de críticas de personas cercanas, familiares incluidos, por la manera en que lo criaba. Muy hippie, muy respetuosa. Le enseñé a decir NO alto y claro. "Que los límites los debía poner él". "Que nunca hiciera algo con lo que no estuviera cómodo y lo quisieran obligar a hacer". "Que llorar no era malo". "Que las mujeres se respetaban porque eran personas y punto". "Que jugando se podía aprender más que horas sentado en un pupitre". "Que no tenía por qué ser el mejor alumno de la clase". "Que no tenía que demostrarle nada a nadie".

Me decían que debía tratarlo con mano dura para que aprendiera. Incluso me llegaron a decir cuando mi hijo tenía 4 años, que tenía que hacerse "hombre", el que me lo dijo escupía dentro de la boca de sus hijos y sobrinos. Todavía no entiendo cómo eso los haría hombres. Y los bañaba, en el duro invierno del sur de Chile, con agua fría. 

Afortunadamente, yo siempre he sido porfiada y llevada de mis ideas. Algo me decía que la manera en que criaba a mi hijo era la adecuada para él. Hoy mi hijo es adulto, un ser humano maravilloso y siempre he sentido un gran orgullo por él. Es mi Pollito.

Recuerdo sus dos primeros años en el colegio en Chile, y recuerdo perfectamente que tenía un amigo al que había invitado a su cumpleaños número 7. Un día mi hijo me dice muy triste que su amigo le dijo llorando que no sabía si podría ir a la fiesta, le pregunté por qué no iría y me respondió que su mamá lo había amenazado con no llevarlo si no sacaba la mejor nota del curso. Recuerdo la pena de mi hijo y la larga conversación que tuvimos, le expliqué que para nosotros eso no era importante, que nunca se preocupara de ganarle a nadie, que los castigos y los refuerzos positivos no eran el camino, al menos para mí. Que ser "Star of the week" por hacer tareas repetitivas como loros sin sentido para los niños no era más que sometimiento y aborregamiento. Ya de grande entendió que los refuerzos positivos son una mierda, más si los niños deben competir y esperar hasta fin de año.

Han pasado 15 años desde ese episodio y lo he vuelto a ver acá en Londres. Un compañero de mi hija Mía vive algo parecido. Es un niño que al igual que el niño de Chile, aparte de las 6 horas diarias en el colegio, tiene rígidos horarios de estudio en casa, muchos deberes, días y días con actividades programadas. Con la diferencia que este niño escribe y lee en más de dos idiomas, no mira TV.(no hay en su casa) y tampoco tiene acceso a aparatos tecnológicos. No digo que sea bueno o malo, cada padre decide cómo criar a sus hijos. Quizás esa sobrecarga no le afecte o sí, no lo sé, ya se verá.

Hay quienes creen que una gran exigencia escolar es necesaria para lograr un alto nivel de propósito, de compromiso y de responsabilidad en la vida. Yo creo que la responsabilidad y la sobreexigencia no tienen nada que ver.

Mi hijo mayor es el summum de la responsabilidad y el compromiso. Vive solo en otro país, podría estar de fiesta o de vago todos los días, pero no. Estudia, pololea y sale con amigos, tiene más vida que estudiar (como siempre le inculcamos). Está motivadísimo en sus estudios y desde luego, nunca se le sobreexigió, de hecho, ha dedicado a estudiar muchas menos horas que las que pasa un niño en el colegio. Cuando llegamos a Madrid lo adelantaron de curso, a pesar que a mí no me convencía la idea porque no quería que tuviera sobrecarga de estudios o de tareas recién llegando a un país nuevo y también porque sería el menor de su curso. Afortunadamente, ser siempre el menor de su curso no fue un problema para él.

Hoy, aparte de todo tipo de conocimientos académicos o no académicos, mi hijo aprendió a cocinar (con su padre, claro. No conmigo). A organizar la casa o sus cosas, a usar la lavadora, a hacer su cama, a organizar el tiempo para sus estudios y su dinero, eso sí lo aprendió conmigo. Tampoco es tan difícil, la verdad. Se arregla solo en países extranjeros de mil maravillas. Autodisciplina y organización. Y no fue complicado, ni costó tanto. Lo que no sepa y sea necesario lo aprenderá cuando lo necesite. Tiene ya suficiente resiliencia cerebral ahora para aprender lo que sea hasta que se muera.
La clave es la motivación y eso no se logra con obligación impuesta, sino con un deseo auténtico de aprender cosas que ama.

Sólo como chochería y orgullo máximo les cuento que logró entrar a estudiar una carrera donde habían cupos limitados en Madrid, un poco más de 100 y eran más de 900 jóvenes postulando para quedarse con una plaza. Quedó entre los 10 primeros y estar entre los 10 sí era importante para lo que se venía. Como se ha esforzado tanto le otorgaron una beca Erasmus para que el próximo año estudie en un país extranjero de habla inglesa con todo pagado. Y sin embargo no puedo dejar de pensar que al no tener presión en casa, nunca hizo "deberes" extra y tampoco necesitó tener lugares para demostrarnos nada. Las veces que le reconocieron y dieron diplomas fue sin buscar ganar un lugar.
Su compromiso con sus estudios surge de su pasión, de su automotivación, de su disfrute, de sus sueños, no de que alguien externo le diga que tiene que ser mejor que nadie. No le veo relación.

Y por cierto, mi marido estudió una carrera muy exigente, y tuvo un gran expediente, consiguió becas y sacó la tesis doctoral con sobresaliente. Lo mismo durante su educación básica y media. Sabe perfectamente lo que es el esfuerzo y la responsabilidad. Pero al igual que yo, no cree que la única forma de educar en estos valores sea sobreexigiéndole a los hijos.

Bueno, este es un pedacito de la historia de mi hijo en los años que lleva de estudio, y que comparto porque me lo han preguntado muchas veces. Aún me quedan dos hijas que están recién comenzando. Queda largo trecho por recorrer.

Y a ellas les diré lo mismo que a su hermano, Pueden contar conmigo, porque las amo.
Estaré con ustedes en las buenas y en las malas. Quiero que sepan que como las amo tanto, pueden llamarme, que estaré para levantarlas y que juntas cargaremos cualquier problema para que se haga más liviano. Quiero que se les quede grabado para siempre que tienen toda mi confianza para llorar y reír junto a mí.

Bueno. Ahora me voy a terminar algunas cosas pendientes para esperar a mi hijo que viene en camino. Ya podrán imaginar mi felicidad. Estamos de fiesta. Sus hermanas no pueden más de emoción, dijeron que lo agarrarán de las patas para que no se vaya...

Disfruten. Propongo que estos días en familia juguemos a la humildad y que le digamos a nuestros hijos, mirándolos a los ojos, que los amamos mucho, que todos nos hemos equivocado al criar, que a veces exigimos o perdemos la paciencia porque intentamos hacerlo como a nosotros nos criaron nuestros propios padres y que creemos ciegamente que esa es la forma correcta de hacerlo y es así como vamos en modo piloto automático por la vida, pero que debido a esa ceguera, muchas veces no logramos ver lo que ellos realmente necesitan.




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