En mis años mozos siempre me gustó salir a bailar y tomarme un copetito con mi hermana y amigos.
En una de esas salidas una chica que conocí de 18 años desapareció. Le guardé las cosas cuando terminó la disco y la estuve buscando fuera.
La encontré bastante lejos con 5 tipos. La agarré de un ala y le dije vente conmigo.
Y tuve que empujar a uno porque quería llevársela, en plan: “yo la cuido". Una joven borrachísima.
Ya, ya, ya sé que muchos piensan que se lo estaba buscando y que es su problema.
"Se tiene que cuidar ella sola". “Sabía a lo que iba”.
Cada cual actuará según le dicte su conciencia. Pero quien no la quiera cuidar porque evidentemente no es
su responsabilidad, por lo menos que
no la culpabilice y la deje en paz.
Una vez mi hermana Pam me dijo, Eve, no eres la madre de medio mundo.
No, no lo soy.
Pero tampoco quiero ser cómplice viendo lo que veo cuando salgo de fiesta.
Yo también tuve 18 años y me fui al parque de La Unión con mi hermana, primos y amigos. Había música, guitarreo y alcohol.
Yo que no aguanto ni un dedal de alcohol me emborraché.
Me senté junto a un árbol para que se me pasara el mareo. Dormitaba cuando sentí que alguien me babeaba la cara. Un “amigo” me estaba besuqueando. Un amigo-amigo, de esos que van a tu casa.
En otra ocasión, fui con mi hermana y una amiga a una fiesta de la UFRO (Universidad de Temuco).
Estábamos bailando juntas las 3, tonteando muertas de la risa, cuando se nos acercó un universitario mayor que nosotras y me invitó a bailar.
Le agradecí, pero le dije que queríamos bailar entre nosotras.
Más tarde, desde la otra esquina comenzó a llamarme a los gritos y a hacerme gestos de súplica para que bailara con él. Sus amigos lo azuzaban.
Al rato, figuraba de rodillas cruzando la pista hacia mí. Todo tan “romántico” y gracioso que sus amigos aplaudían y reían escandalosamente.
Al llegar a mi lado se metió bruscamente entre mi hermana y yo
y me agarró de la cintura para que bailara con él. Me negué. Acto seguido, me vació un vaso de cerveza en la cabeza.
Aquí nadie dijo ni hizo nada.
Hay situaciones que hemos normalizado, minimizado, negado u olvidado para poder sobrevivir. Las llamamos “cosas que me han pasado”. Yo tengo muchas y variopintas de cuando he estudiado y/o trabajado. Porque claramente no sólo ocurren cuando uno está de fiesta.
Una vez me llevé el susto de mi vida. Estaba en tercer año de ingeniería y tuve que hacer un trabajo final muy importante con un compañero. No me atraía en absoluto. Me caía muy bien, eso sí. Hablábamos sobre todo de cine y de música. Sugirió que por comodidad hiciéramos el proyecto en su departamento y que si se hacía tarde me llevaría a mi casa.
Cuando íbamos de camino a mi casa empecé a preocuparme porque el viaje se estaba haciendo demasiado largo.
“No seas rollera, lo conoces desde hace tiempo, no tiene sentido preocuparse", pensé.
Cuando detuvo el auto estábamos en un mirador desde donde se veía todo Santiago. Se acercó e intentó besarme. Me eché hacia atrás: "¿Qué te pasa, huevón?".
Su semblante cambió de forma apenas imperceptible, pero su mirada se transformó en un abrir y cerrar de ojos en hostil y amenazadora. Me cagué de miedo.
“Yo pensaba que sabías cuánto me gustas”, me dijo.
(Yo estaba en una relación y él conocía a mi pareja).
Se hizo el silencio más incómodo de toda mi vida. "Puedes irte si quieres, pero yo no voy a llevarte a ningún sitio".
Estaba muy lejos de mi casa y no tenía ni idea de cómo llegar, pero sentí un alivio enorme cuando me bajé del auto y me fui de allí.
Hasta ese momento creía que lo mejor era guardar silencio y así evitar los malos rollos. Era muy joven también.
Hasta que un día empecé a hablar abiertamente con las mujeres, y ahí me di cuenta de que cuando en un grupo de mujeres cuentas un abuso, un acoso o una agresión de cualquier tipo, todas dicen: a mí también me pasó.
Que en realidad esas “cosas que me han pasado”, las "tonterías" nunca lo fueron, se llaman abuso. Y que la culpa siempre, siempre, la tiene quien agrede.
Que no es nuestra culpa por andar solas, por salir a bailar, por usar falda, por confiar.
No tenemos por qué asumir que salir a la calle, la fiesta, la noche, la diversión, son un territorio masculino.
Las mujeres merecemos ser tratadas con respeto y tenemos el básico derecho a no ser violentadas por el simple hecho de ser seres humanos.