jueves, 11 de junio de 2020

Ellas ni lo saben ni lo valoran ahora, pero serán su mejor apoyo en la vida.

Me encanta la relación que tienen mis hijas. Su amor e incondicionalidad es recíproco. Son mejores amigas, confidentes, y máximas defensoras la una de la otra.
Mia (10 años) adora a su hermana pequeña, la llama "bebé" desde que nació y de eso ya van 8 años. Tiene una paciencia infinita con ella, porque Abril es de las que agota a un santo. Habla hasta por los codos. Cuando no está, la casa queda con un silencio atronador.
Abril hasta en sueños cuenta con el amor y generosidad de su hermana. El otro día despertó llorando porque tuvo una pesadilla horrible. Un hombre viejo (un rey chino o algo así, me dijo) se quería casar con ella y ella le respondió que no, que era una niña pequeña y que jamás aceptaría eso. El cuento es que ella no se podía negar porque era un hombre poderoso, de no sé qué reino, cosas de su desbordante imaginación que alimenta con tanto libro que lee y películas que mira.
Entonces, apareció Mia y le dijo que escapara, que ella le ayudaría a hacerlo y luego ocuparía su lugar. Abril despertó angustiada. Llorando me decía que cómo podría dejar a su hermana en semejante situación. Pero que ella tampoco quería casarse con ese vejestorio asqueroso. Bueno, después de varios arrumacos y besuqueos se calmó. También hablamos de la obediencia y de que no siempre es bueno ser tan obediente. Que a mí me encanta que ellas cuestionen y que no acepten todo a pies juntillas sólo porque una "supuesta autoridad" lo mande. Que me siento orgullosa de la manera que tienen de decir sin vergüenza lo que quieren y a quién quieren. Pero bueh, eso ya es para otro post.
Pero lo que a mí también me encanta es verlas crecer tan unidas, queriéndose tanto. Ellas ni lo saben ni lo valoran ahora, pero serán su mejor apoyo en la vida.
























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