Hoy, 21 de Junio, está de cumpleaños este guapetón que es mi primer hijo y mi primer amor en la vida.
El tiempo en la maternidad es tan raro. A veces corre tan lento cual día de la marmota y otras corre que se las pela. Llega un día en que tu guagua deja de ser ese ser que requería toda tu atención y ya no es sólo que tu hijo crezca, es que ya no volverás a vivir esa etapa.
Recuerdo nítidamente su infancia. Tan maravillosos recuerdos. Nuestros juegos inventados, los “cati cati” (que ahora sigo jugando con Abril), el dormir juntitos. O la lengua de trapo adorable que tenía con dos años. O el "me gusta Pink Toyd, como a ti, mamá”. O las aceitunas marionetas, que nos comíamos muertos de la risa. Y tantas, tantas cosas que, aunque nunca será igual que los momentos vividos, quedarán tantísimos recuerdos asociados a cosas tan diferentes que mire dónde mire siempre recordaré esas maravillas.
Ahora lo veo ya grande y a la vez lo veo ahí, con sus primeros dientes, su primera palabra, su pelito claro que le caía hasta los hombros, las cosquillas, nuestros juegos tan sencillos y tan nuestros.
Qué privilegio verlo crecer y ver cómo fue encontrando su yo, sus gustos, sus caminos.
A veces quería que no creciera tan rápido porque sabía que hay momentos que no van a volver, porque quería seguir comiéndomelo a besos, porque sabía que cuando se hiciera mayor seguramente le tendría cerca, pero volaría como debe de ser.
Esto lo he pasado con mi Ignacio y me pasará con las dos más chicas que me quedan. Es precioso. Es un poco trágico. Pero es un tremendo privilegio. Todo va a cambiar para a la vez permanecer para siempre en mi corazón.
Pero me doy cuenta de lo afortunada que soy, que la vida se hace imparable a través de nosotros y el enorme privilegio de montar la obra sobre el telón de la puesta de sol.
¡Feliz cumpleaños, feliz vida, hijo de mi corazón!
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