miércoles, 31 de julio de 2019
Me hace feliz saber que él y yo podemos ser felices separados.
Con mi hijo Ignacio nunca habíamos estado separados físcamente tanto como lo estamos hoy. Es verdad que hace algunos años se fue a vivir solo a Madrid, pero yo podía tomar un avión y en dos horas estar a su lado. En cambio hoy se instaló en el otro lado del mundo y ya está preparando todo para comenzar sus estudios la próxima semana. Hoy llegó a ese paraíso llamado Australia.
Una amiga me preguntó si lloré mucho o si estoy muy triste porque no podré verlo tan seguido. Y no, la verdad estoy feliz por él. Me encanta que viaje, que conozca, que estudie, que sea libre.
Me hace feliz saber que él y yo podemos ser felices separados, que no somos dependientes extremos el uno del otro, que tiene la seguridad para poder volar sin la necesidad de que esté papá o mamá diciéndole qué hacer. Es libre. Siempre he querido criar seres libre.
La individualidad, la capacidad de ser libre, de poner límites y de elegir su camino, la felicidad de los hijos se construye en lo que construímos con ellos día a día. Y tenemos que hacerlo personalmente, con tiempo, mucho tiempo y cariño, como se hace con todas las relaciones importantes. Pues la relación más importante de nuestra vida será con nuestros hijos y pareja, y una relación sana, de respeto mutuo verdadero, de confianza, necesita tiempo y necesita, sobre todo, que tomemos nuestras responsabilidades con seguridad.
Nadie puede sustituirnos. Nadie puede educar a nuestros hijos como nosotros, que somos quienes más los amamos y conocemos.
Todos los dias, todos, les digo a mis tres hijos lo mucho que los quiero. Y lo que me deja tranquila es que ellos lo saben y sienten. Mis hijas saben lo mucho que me gusta estar con ellas, pasar tiempo con ellas. Y además de lo que les digo, ellas lo viven porque vamos a casi todos los sitios juntas, y lo pasamos muy bien. Con mi hijo fue igual.
Siempre las miro y les digo lo feliz que soy a su lado. Me encanta verlas crecer como lo hice con su hermano. Las abrazo, las beso. He disfrutado mucho criando a mis hijos y sé que es mi responsabilidad más importante de mi día a día.
No importa la distancia, no importa si no se puede dar el beso diario al que estamos acostumbrados, nada borra el ejemplo, el cariño, la cercanía, el tiempo compartido (hablo de tiempo real, en cantidad y no de la tan manoseada frase "tiempo de calidad"), la conexión, la comprensión del otro, el amor construido sobre experiencias y sobre dedicación.
Mi hijo puede estar a kilómetros de distancia, en otro continente, pero sigo siendo el hogar. Sabe que siempre estaré con los brazos abiertos para escucharlo, para apoyarlo. Hace muchos años comencé mi camino de aprendizaje y crecimiento como madre junto a mi hijo Ignacio, no tenía un ejemplo de cómo ser madre o al menos ninguno digno de imitar. Nadie me enseñó, seguí mi instinto sabiendo lo que no quería repetir. Tuve claro qué era lo importante de enseñar para mí. Sin miedo. Día tras día.
Y ahora, cuando ambos ya somos adultos, puedo garantizar que funcionó. Una educación y crianza llenas de amor y respeto por la infancia, por los hijos, es el mayor orgullo y la mayor responsabilidad que habrá jamás.
Puede que en otras cosas de la vida me haya equivocado. En esto lo hice bien.
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