Como hace tan pocos días se cumplieron cinco años desde que nació Abril (17 de febrero), estuve mirando fotos y recordé el periplo que fue su parto: empezando porque sentada en el auto, en plena carretera camino a la clínica en Madrid se rompió la bolsa y Abril sacó la cabeza. Ya con este hecho había que olvidarse del primer plan de parto programado, que era llegar a la clínica en Madrid (45 minutos mínimo). En segundos decidimos con mi marido volver al pueblo en el que vivíamos (menos de 3 minutos) para ir al Centro de Salud (sólo con atención básica. La verdad es que tampoco necesitaba mucho, sabía que estábamos perfectamente bien las dos, pero quería que estuviera algún profesional médico por si surgía alguna emergencia).
Luego vino el viaje en ambulancia a Madrid, con sirena, luces y toda la parafernalia, que nos trasladó al hospital más cercano. Todo esto era parte del protocolo que había que cumplir ya que el Centro de Salud dio aviso de un parto extrahospitalario. Movilizaron una ambulancia equipada con 4 personas para asistirnos, pero que no era necesario, yo estaba lista para irme a mi casa. De hecho, en el hospital al cumplir con todo el procedimiento requerido y constatar que Abril y yo estábamos en perfectas condiciones pedí el alta voluntaria.
Finalmente en la tarde llegamos a la clínica donde Abril debía haber nacido y donde controlaron todo mi embarazo (sólo pasamos esa noche y al otro día nos fuimos a la casa). Yo sólo quería tranquilidad para tener a mi cachorra lo más pegada a mi pecho, ella estaba fuerte y sanita, y yo también.
Esta foto es de cuando estábamos en el hospital, antes de irnos a la clínica. No nos habíamos separado. Estuvimos pegadas haciendo el piel con piel desde que Abril nació. Y a propósito de esto es que ahora traigo a colación el consejo que recibí de una enfermera:
-"En cuanto venga la enfermera de la noche que se lleve a la bebé al nido. Tú descansa y deja que se hagan cargo de la niña, que luego es muy duro cuando llegas a casa. Llorará mucho, pero tú tranquila, déjala, no te preocupes, así se acostumbrará a estar sin ti".
En la tarde noche llegó la otra enfermera y me preguntó:
-"¿La niña va a dormir en el nido?"
-"¿La niña va a dormir en el nido?"
-No, la niña duerme conmigo. Respondí.
-Vale, lo que quieras, pero piénsalo bien.
-Vale, lo que quieras, pero piénsalo bien.
¿Pensar qué? no cambiaría de opinión por nada del mundo. Mis tres hijos han dormido conmigo desde la primera noche y los tres se han ido cuando han querido. Obviamente cada uno ha tenido su cuna cuando guagua y su cama cuando han crecido.
Desde los tres años más o menos duermen solos en su cama durante toda la noche, pero si se despertaban (o despiertan) a medianoche siempre han sabido que son bienvenidos en la mía.
Ignacio, mi hijo mayor, dejó de ir a mi cama como a los 6 años y las niñas cada vez lo hacen menos (Abril, mi tercera hija, es la que menos ha ido, ella prefiere dormir sola desde muy chica). Los tres siempre han dormido muy bien y ninguno ha sufrido de pesadillas nocturnas, por lo que duermen toda la noche plácidamente. Aunque, sinceramente, yo adoro dormir con mis hijos. Siempre ha sido un placer despertar con alguno de ellos. Aparte que a los tres los amamanté a libre demanda, y para mí, lejos lo más cómodo era tenerlos pegados toda la noche.
Placer, amor, conexión, leche, apego, todas esas cosas y más se consiguen cuando uno no se separa de su hijo. Las primeras horas son únicas e irrepetibles, nunca vuelven. Y se quedan grabadas para siempre.
En el embarazo no hay bebé fuera. Antes del parto están dentro del útero, donde están perfectamente bien atendidos. Por lo tanto, aunque hagan creer que el nido es lo mismo y que estarán igual de bien, no lo es. Es más, es radicalmente diferente.
Yo soy consciente que las infancias de mis hijas se terminarán muy pronto. La de Ignacio pasó demasiado rápido. Sus infancias, la cama llena, sus voces, sus gritos, sus reclamos, sus bocas llenas de leche. Todo eso termina. Y es por eso que no echo de menos nada de antes de ser madre. Algún día, más pronto que tarde, lo sé, volveré a tener todas las horas que quiera para mí. Volveré a ser la dueña de las horas justo como lo era antes de tener hijos.
Ahora veo películas, leo, abrazo al padre de mis hijos, trabajo, besuqueo y regaloneo a mis pollos. Cuido hijos. Ellos siempre han sido mi prioridad. Soy la que los cuida. Y cuido porque quiero cuidar a los que esperan todo de mí. Me esperan toda y yo soy feliz por ello.
Ignacio, mi hijo mayor, dejó de ir a mi cama como a los 6 años y las niñas cada vez lo hacen menos (Abril, mi tercera hija, es la que menos ha ido, ella prefiere dormir sola desde muy chica). Los tres siempre han dormido muy bien y ninguno ha sufrido de pesadillas nocturnas, por lo que duermen toda la noche plácidamente. Aunque, sinceramente, yo adoro dormir con mis hijos. Siempre ha sido un placer despertar con alguno de ellos. Aparte que a los tres los amamanté a libre demanda, y para mí, lejos lo más cómodo era tenerlos pegados toda la noche.
Placer, amor, conexión, leche, apego, todas esas cosas y más se consiguen cuando uno no se separa de su hijo. Las primeras horas son únicas e irrepetibles, nunca vuelven. Y se quedan grabadas para siempre.
En el embarazo no hay bebé fuera. Antes del parto están dentro del útero, donde están perfectamente bien atendidos. Por lo tanto, aunque hagan creer que el nido es lo mismo y que estarán igual de bien, no lo es. Es más, es radicalmente diferente.
Yo soy consciente que las infancias de mis hijas se terminarán muy pronto. La de Ignacio pasó demasiado rápido. Sus infancias, la cama llena, sus voces, sus gritos, sus reclamos, sus bocas llenas de leche. Todo eso termina. Y es por eso que no echo de menos nada de antes de ser madre. Algún día, más pronto que tarde, lo sé, volveré a tener todas las horas que quiera para mí. Volveré a ser la dueña de las horas justo como lo era antes de tener hijos.
Ahora veo películas, leo, abrazo al padre de mis hijos, trabajo, besuqueo y regaloneo a mis pollos. Cuido hijos. Ellos siempre han sido mi prioridad. Soy la que los cuida. Y cuido porque quiero cuidar a los que esperan todo de mí. Me esperan toda y yo soy feliz por ello.