"No los consientas tanto, que los vas a malcriar", "sácalo rápido de tu cama porque o si no, lo tendrás pegado toda la vida”, “déjalo llorar, le hace bien a los pulmones”, “que se acostumbre a tomar pecho cada 4 horas", y así, suma y sigue.
La premisa es que a los niños no hay que "darles todo lo que piden" porque se vuelven "niños tiranos y manipuladores". Desde muy chicos deben aprender a "tolerar la frustración" porque "la vida no es fácil", prosigue el viejo sermón. Pero lo que olvida esta prédica moral, es que no es lo mismo consentir el amor que consentir objetos.
¿Se va a mal acostumbrar o a mal criar por darle mucho cariño? NO. ¿Desde cuándo que el amor y la tendencia a calmar a nuestros hijos es dañina para la salud?
He escuchado los peores consejos de las personas más bienintencionadas sin saber nada de apego, de desarrollo infantil. El problema surge cuando ese consejo, que es un discurso de otro o de la cultura, corta el instinto y el amor.
Hay muchas maneras de hacer daño a los hijos. Y lo que más los daña es el desamor, la falta de mirada, el maltrato, el abuso, la negligencia.
El amor es, literalmente y por definición, algo a CON-SENTIR, a sentir con, de manera incondicional y sin límites. Es una necesidad básica. Primaria.
Si ese consentimiento primario y fundamental existe, será mucho más fácil discernir el consentimiento secundario, asociado a los objetos (que no es una necesidad básica. ¿Se entiende la diferencia?).
Acceder a las peticiones materiales, qué comprar y qué no comprar: es negociable. Pero la aceptación incondicional del niño como persona, no lo es.
Amar es un acto con-sentimiento. Muchos, demasiados padres, confunden consentimiento primario y consentimiento secundario: preocupados porque sus hijos no se vuelvan "tiranos", los disciplinan con excesiva dureza, usualmente replicando la frialdad que vivieron de niños con sus propios padres, y que aprendieron a justificar para anestesiar el dolor.
Hay que consentir el amor siempre y negociar los objetos: simple y claro, para que nunca más nos confundamos.